sábado, 2 de febrero de 2008

La III guerra helénica

Cuatro amigos estaban reunidos como casi todos los fines de semana en casa de Neutral, una amiga bien parecida pero que no se había decido, todavía, en romper con la independencia, es decir, sin compartir su casa, sus costumbres y pensamientos de una forma continuada con otra persona. Allí estaban ella, Miltíades, joven apuesto, Datis, bajito y regordete, y su íntima amiga del alma, Historia.
Cada fin de semana escogían un tema, un argumento, al que saboreban junto a unas pastas que acompañaban a una caliente taza de té.
El tema de hoy. Maratón.
Comienza por explicar los referentes Historia. " Para iniciar bien lo que queremos analizar, decía, abriendo un libro de la Antigüedad..."


La expedición de Dario I
Fuente: La guerra en el mundo antiguo Victor Barreiro Rubín. Almena ediciones, 2004

La expedición de castigo [ Maratón]

La batalla
El Gran Rey Darío I, tras el trato dado a su embajadores por atenienses y espartanos, decide organizar una expedición de castigo contra Eretria, en la isla de Eubea, y Atenas. Para ello, en el 490 a.C. y en la costa sur de Asia Menor, lejos del alcance de los barcos helenos, arma una flota en la que embarca unos 25.000 hombres. De ellos 10.000 son de caballería, la principal arma persa, Imperio donde las distancias son enormes y la rapidez es fundamental. Por otra parte, los pastos son abundantes, lo que en modo alguno sucede en la Hélade. Los griegos no tienen caballería. Tampoco emplean arqueros, ellos se manejan con los hoplitas. El resto, del ejército persa, era de infantería. Sus armamentos, muy inferiores que los de los griegos. El ejército lo manda Artafernes, sobrino de Darío, rey que morirá el año 486. Como segundo al mando, el noble Datis, al cargo de la caballería. Acompañaba a los persas un traidor griego, Hipías. Había sido tirano de Atenas y había sido desterrado hacía no mucho. Todavía tenía partidarios en la ciudad de Atenas y se había unido a los persas, esperando recuperar el trono de la ciudad que lo había rechazado.
La flota persa desembarca en la isla de Eubea, sitia Eretria, que había contribuidos con 5 naves a la revuelta jonia, y la toma, tras 7 días de sitio. Veamos en un mapa de un libro reciente, el recorrido de la flota persa.
Situación de la zona de desembarco del ejército persa

Desde Eretria, y deseando castigar la insolencia ateniense, desembarcan el ejército en la llanura pantanosa de Maraton, por indicación de Hipías. Una pequeña península protege a los barcos, el pantano, a los guerreros que desembarcan y el lugar se encuentra a 42 km al noreste de Atenas. En el plano que sigue se verá que la recomendación de Hipías era la adecuada. La llanura de Maratón, protegida por un pantano, era el lugar desde el que amenazar a Atenas y obligar a luchar a los atenienses en una zona propicia a la caballería persa.
Los persas se instalan en la llanura, esperando celebrar allí la batalla y poder usar su caballería contra los griegos. Los atenienses, al conocer el ataque sobre Eretria, piden ayuda a los espartanos. Éstos dicen que ayudarán, pero que antes tienen que realizar los actos rituales que preceden a la marcha a la guerra de los suyos. Estos rituales les impedirán llegar a tiempo a Maraton. Cuando el ejército espartano llegue a Atenas, camino del norte, la victoria ya será historia; reciente, pero historia.
Los atenienses, con la ayuda de 600 hoplitas de la vecina Platea, se preparan para hacer frente al ejército persa. Los griegos alinean 10.000 hoplitas, frente a los 25.000 efectivos, entre caballería e infantería, de los persas. Los atenienses no tienen prisa por atacar, esperando la llegada de los refuerzos espartanos. Además, carecen de caballería y podrían ser tomados por los flancos o por la retaguardia y suceder lo peor. Los persas tampoco tienen prisa por celebrar la batalla, pues esperan que los partidarios de Hipías, al conocer la proximidad de su líder, les rindieran al ciudad, desprotegida de sus principales huestes. No obstante, hay que decir que la mayor parte de los griegos, salvo los espartanos, nunca enviaban a la guerra sino a la mitad de sus hombres. Las tareas de la tierra tenía también sus necesidades, y la propagación de la especie.
Pero pasan los días y nada sucede. De modo que los generales persas deciden pasar a la acción. Y toman una decisión equivocada: Dividen el ejército. Datis, con la caballería, embarca sigilosamente de noche, esperando dirigirse a Atenas, sitiarla y que las puertas de la ciudad se les abran. Si no sucede así, pueden atacar a los griegos por la espalda, pues estarían los griegos entre dos fuegos. Saben que con la división corren un riesgo, y por eso lo hacen de noche y procurando que la maniobra pase desapercibida. El campamento griego está al otro lado de la colina y desde él no se domina la playa. Pero si los persas cuentan con la ayuda de un traidor, Hipías, los atenienses no van a ser menos: Varios soldados dorios, que militaban en el ejército persa, al conocer el embarque de la caballería, abandonan al Gran Rey, se pasan al bando heleno y cuentan apresuradamente a sus estrategas que los persas se han quedado sin caballería y que pretenden sitiar y tomar Atenas. Antes estas noticias, los generales atenienses, con Milcíades, político principal del momento, deciden atacar a la infantería persa de inmediato. Si logran una victoria rápida todavía pueden regresar a Atenas, antes de que los persas la sitien formalmente, y avisar para que la ciudad en modo alguno se rinda ante los persas.
Al ejército ateniense lo manda su estratego, Calímaco, que morirá en la batalla. Las falanges de hoplitas formaban normalmente un rectángulo de 8 filas de fondo y avanzaban en formación hasta el contacto con el enemigo, esforzándose en mantener esa formación durante toda la batalla, en la que los hombres de las filas extremas se esforzaban en herir con su lanza al enemigo más cercano. La formación en bloques de guerreros codo con codo tenía la virtud de que las bajas eran muy inferiores que en una lucha cuerpo a cuerpo. Los griegos eran muy conscientes de que eran un pueblo corto en número y llegaron a amoldar su forma de conducir la guerra a la política de minimizar las bajas. La falange actuaba como un solo hombre y avanzaba o retrocedía sin perder su formación.
En caso de lucha entre dos ciudades, la lucha de formación contra formación continuaba hasta que la que había perdido más hoplitas terminaba por romperse y debía huir, pues la otra se hacía dueña del terreno, ya que individualmente no era posible luchar contra una formación en falange. La ciudad perdedora perdía el acceso a su terreno de cultivo y debía proponer la paz con condiciones ventajosas para los vencedores. Con las bajas habidas, otro enfrentamiento de falanges estaba condenado a un nuevo y más trágico fracaso.
En tales condiciones bélicas, el escudo (hoplon) formaba parte principal del arma del hoplita. Perder el escudo en la batalla era considerado un delito, penado con la muerte, porque quedaba desprotegido el que lo llevaba y el compañero de la izquierda. No tenía la misma gravedad perder la lanza o la espada.
-Interrumpio Neutral.
"Recordemos visualmente cómo se luchaba entre helenos. Nos lo indica una copa famosa, la copa Chigi.

Batalla entre falanges helenas

(Fuente: El mundo de los antiguos griegos. J.Camp. E Fisher. Blume Edicioners, 2.002)

El mayor número de los persas y lo ancho de la playa donde se iba a librar la batalla decidió a Calímaco, el estratego ateniense, a colocar sólo tres filas en el centro, mientras mantenía las 8 filas habituales en las alas de la formación. Por su parte, Artafernes coloco las mejores tropas, las más cercanas al poder imperial, en el centro, y las menos preparadas en las alas. El menú estaba servido.
El gráfico que sigue refleja la situación cuando las falanges de hoplitas se lanzan a la carrera para recorrer los 1.500 metros que les separaban de los persas y entran en contacto, con las lanzas por encima de sus cabezas para herir en la parte menos protegida de sus enemigos, en la cabeza y el cuello. Cabeza y cuello que ellos llevaban fuertemente protegidos con los cascos que hemos visto dibujados. Los cascos eran pesados y protegían apropiadamente, pero tenían el inconveniente de que en combate abierto apenas dejaban ver, por lo que se convertían en estorbo.

Plano de la batalla de Maratón
(Fuente: Egypte, Orient, Grèce. Maurice Meuleau. Bordas, 1.965)


El centro persa aguantó el choque del centro griego y aún le hizo retroceder, estando formado por los mejores soldados de la formación persa. No obstante, la superioridad griega fue patente en las alas, que cedieron ante el empuje de los hoplitas. Las alas persas se deshicieron y emprendieron la huída a los botes, que estaban apostados en la playa. Los vencedores griegos volvieron entonces sus armas contra el centro persa, que estaba propinando una buena paliza a sus escueta zona central. Los persas se vieron cogidos entre dos fuegos y se llegó al desastre y a la huida general.
El balance de Maraton se saldó con entre 6.400 y 6.700 muertos en el ejército persa, frente a sólo 192 hoplitas muertos entre los atenienses, entre ellos, como hemos indicado, Calímaco. Sin perder demasiado tiempo, el ejército ateniense se dirigió a su ciudad, amenazada aún por la caballería persa. Mandaron, cuenta la leyenda, a un corredor para que se adelantara y llevara la buena noticia a su ciudad. Es posible que tal cosa hicieran, era lo lógico: Tengo para mí que el mensajero cubrió los 40 kilómetros, dio la buena noticia y que que la leyenda comienza cuando se nos dice que cayó muerto de cansancio en el momento siguiente. Era un digno broche a la heroicidad ateniense mostrada ante el enemigo.
Datis y sus caballeros pusieron pies en polvorosa, o navío en polvorosa, pues nada podían hacer por cumplimentar los deseos del Gran Rey. Las consecuencias de esta fugaz guerra serán importantes y positivas para Atenas, que se va a convertir en la polis líder del mundo heleno durante unos decenios. Pero faltan aún las mejores episodios bélicos. Porque si a Darío I le quedan pocos años de vida y este incidente no le quebranta demasiado, a su hijo Jerjes la derrota de Maraton le resultará una espina clavada y allegará un copioso ejército, no ya para castigar insolencias, sino para conquistar y adueñarse de Grecia. Pero para eso aún faltan un par de días o tres"
- Miltíades, tomo la palabra, y como siempre, los tres quedaron en silencio.

¡Que vuelven los persas!
- Dijo, y comenzó a exponer sus argumentos.
Los atenienses, junto con el apoyo de la ciudad vecina de Platea han derrotado brillantemente a los persas de Darío I en la batalla de Maraton, lo que ha hecho que la flote persa torne velas a Asia Menor, de donde venían. Los espartanos han llegado tarde y a su paso por Atenas encuentran a los atenienses celebrando la victoria por todo lo alto. Pasada la euforia, los dirigentes atenienses y helenos se dan cuenta de que queda sin duda mucho por hacer y que hay que prepararse para la revancha que Darío I va a tomarse de la derrota sufrida. Felizmente para ellos, Darío I morirá el año 486 sin haber hecho nada en tal sentido, esto es, cuatro años después. Pero lo sucede su hijo Jerjes (486-465 AEC.), quien se propone nada menos que incorporar Grecia a su Imperio.
Tras la victoria de Maraton, los griegos se ponen en movimiento. En Atenas Temístocles, el dirigente político del momento, encarga una consulta al oráculo de Delfos. El oráculo emite un mensaje de los dioses un tanto oscuro: Confiad en las murallas de madera. Temístocles interpreta el oráculo como que los dioses están ordenando que los atenienses construyan una poderosa flota, la opción estratégica que él propiciaba. Parece mucha casualidad que los dioses, vía pitonisa, coincidan plenamente con el deseo del político que encarga la consulta a los dioses. Algunos líderes se oponen y, por el bien de la ciudad, Temístocles logra que los atenienses, reunidos en votación, los destierren. De modo que Atenas se prepara para la guerras que se ve venir construyendo nada menos que 200 naves, lo que la obliga a potenciar sus puertos.
Jerjes emprende una campaña diplomática para romper la unidad, jamás existente, entre las ciudades-estado griegas. Insta a casi todas ellas a convertirse en estados vasallos. Las decisiones se van atrasando pero cuando la invasión comienza, las ciudades más cercanas al incómodo vecino optan por declararse neutrales, lo que significa que no entrarán en guerra, o a aceptar el vasallaje del monarca persa, lo que significa que abrirán sus puertas al ejército invasor. Con toda probabilidad, Jerjes tiene otros motivos internos para iniciar una campaña militar en Occidente. Su nobleza estará ocupada en una guerra de conquista y evitará maquinaciones internas. Además, debe demostrar antes sus vasallos de Occidente que el Imperio persa es fuerte, o corre el riesgo de que otros intenten lo que los dorios hicieron.
Conocedores los helenos de los movimientos diplomáticos persas y cuando de Asia Menor llegan noticias de que el monarca persa está preparando un inmenso ejército por la misma zona donde su padre preparó el que fue derrotado en Maraton, una treintena de ciudades helenas deciden fundar una liga panhelénica, no todo lo pan = todas que ellas hubieran querido. Se llama la Liga de Corinto (481), porque su sede será esa ciudad, situada en el Istmo que une la península del Peloponeso con el resto de Grecia.
Es tiempo, porque un año más tarde Jerjes pone en marcha su inmensa maquinaria de guerra con la que piensa incorporar la Hélade al Imperio persa. Partiendo de Sardes, la capital de la satrapía, o provincia, persa más cercana a Grecia, la ciudad incendiada por los rebeldes jonios tiempo atrás, Jerjes, a principios de Abril, se dirige al estrecho que separa Asia Menor y la actual Europa, el Helesponto griego, hoy los Dardanelos, encima de la antigua Troya. Ha hecho construir dos puentes de barcas, de madera, (son menos de 2 km. de anchura) por los que pasa poco a poco su inmenso ejército, que los estudiosos modernos estiman en un total de 250.000 hombres, de los que 150.000 serían infantes, 60.000 jinetes y el resto servicios auxiliares. Un ejército enorme para la escala helena que se pone en marcha a primeros de abril de 480 AEC. El paso del Helesponto se realizó en el mes de Mayo.
Una inmensa flota, formada por unos 700 barcos, aprovisionará al ejército de tierra y bordea Asia Menor y el Mar Egeo a la vista del monarca, que esta vez marcha con sus huestes en pro de la fama. Semejante ejército parece imparable. La suerte de los helenos, una vez más, depende del acierto de las decisiones que sus líderes tomen y de la voluntad de los dioses que moran en el Olimpo. Pero si se analiza la situación más a fondo, se aprecia que, si bien su número es inmenso, ese ejército es un conglomerado de grupos de distintas etnias y lenguas, difícil de manejar y organizar de manera óptima. Sólo los medos y persas, auténtico corazón del Imperio, son tropas de confianza, motivadas y efectivas en el combate. Y éstos son unos 12.000 tan solo. Pero esto no lo sabían los helenos.
Tracia y Macedonia, ya formaban parte del Imperio persa como reinos vasallos. La regiones en azul, en el mapa que viene, son estados que, dada la cercanía, se han declarados vasallos del monarca persa. Las de color rosa, serán neutrales, así lo han manifestado a los embajadores de Jerjes. Las ciudades en verde lo forman las 30 ciudades agrupadas en la Liga de Corinto, como se ve, una flaca representación de toda
la Hélade, menos del 50%.
De forma que ya conocemos las fuerzas que están frente a frente. Recordemos que en la Antigüedad sólo se podía guerrear con buen tiempo. A la llegada del otoño, había que irse a casa. Por eso, Jerjes inició su campaña en cuanto comenzó aquel año el buen tiempo, a principios de Abril. Los griegos se reunieron para estudiar dónde tratar de parar el progreso de su enemigo. Los helenos de Tesalia, la región más al norte de las coaligadas, insistieron en que la defensa se planteara en el nordeste de su región, o toda Tesalia caería en poder del enemigo, pero los estrategas opinaron que el lugar propuesto, un desfiladero en el valle del Tempe podía ser franqueado por varios pasos entre montañas y era difícil de defender todos los accesos. Se desechó la opción tesalia. Hubo que ir un poco más al sur. El ejército de Jerjes pasaba por Macedonia y su capital, la actual Tesalónica, en el mes de Julio. En la primera mitad de Agosto atravesaba la Arcadia, no defendida.
De común acuerdo, los líderes militares decidieron plantar batalla en primera instancia en una línea situada al norte que fuera fácil de defender. Por tierra, en un lugar muy favorable, el desfiladero de las Termópilas. Por mar, a la misma altura, en la parte norte y este de la isla de Eubea, la isla donde estaba Eretria, la ciudad colega de Atenas ayudando a los rebeldes jonios. El lugar adecuado para concentrar la flota helena era el cabo Artemisio.
Los generales helenos se planteaban la siguiente opción victoriosa: Si obligaban a Jerjes a aceptar una batalla naval en aguas favorables a la flota helena, los persas podían tener grandes pérdidas. Eso daría a los helenos el dominio del mar. Contando con este dominio, el suministro de semejante ejército resultaba inviable y Jerjes debería batirse en retirada. La campaña estaría ganada, a pesar del desequilibrio de fuerzas. Todo lo que los helenos debían lograr era el dominio marítimo. La guerra en tierra se sabía de antemano perdida, dada la dimensión del ejército persa..
Hagamos señalar que, unas islas muy juntas unas a otras, protegen la pequeña armada helena, de unos 270 barcos, 200 de ellos atenienses, e impiden maniobrar a la enorme flota persa. Además, los puertos en que refugiarse están entre la isla y tierra y los persas, en el litoral exterior de la isla, carecen de puertos en los que protegerse de las tormentas. Los helenos sabían que no podían aceptar una batalla en alta mar. Y querían que la batalla naval con los persas fuera en los estrechos situados entre las islas y tierra, donde sólo una parte de las naves persas podrían entrar. Los persas, por su parte, querían atraer a las naves griegas a mar abierto.
Digamos ahora que los sucesivos generales helenos, estrategos en griego, adoptaron una táctica muy inteligente, de hecho la única posible: Ante la inmensa superioridad numérica persa, ellos siempre elegirían lugares angostos para plantar cara a un enemigo varias veces superior en número. El tiempo estaba en cierto modo en contra de los persas, eran los invasores. Los helenos estaban en su tierra y la conocían palmo a palmo. El plan era detener el ejército de tierra para que Jerjes, que necesitaba éxitos rápidamente, se viera obligado a plantear la batalla naval donde los griegos querían, en el cabo Artemisio, lugar muy favorable para ellos.
- Datis exclamo "sí pero..." como sino le escucharan iniciaron un diálogo Neutral y Milciades, que podemos resumirlo en que la

Ruta seguida por los ejércitos de Jerjes
(Fuente: National Geographic Histoira, nº 9. RBA Revistas.)

Jerjes estaba obligado a moverse cerca del mar, para aprovisionar con sus naves su inmenso ejército. Las Termópilas era el paso obligado a la Grecia central. El paso de las Termópilas apenas tenía 200 metros de anchura entre las montañas y el mar. En ese espacio, el persa no podía desplegar su ejército ni su caballería y allí se apostaron el rey espartano Leónidas y sus 3.100 hoplitas. De ellos, 300 eran espartanos, unos 1.100 de Beocia y el resto, unos 1.700 guerreros, de varias regiones y ciudades helenas. La misión estaba muy clara, detener todo lo posible al persa. Como dispusieron de tiempo, reedificaron un fuerte, el muro focense, construido hacía muchos años y parcialmente en ruinas, que facilitara la defensa del lugar. Jerjes trató de rodear la flota griega, a la que no podía atacar en el estrecho lugar en que se había apostado. Al hacerlo, tuvo que hacer frente a una tormenta, que destruyó 150 de sus naves. Ante tal contrariedad, decidió forzar el paso terrestre. Jerjes llegó antes las Termópilas el 20 de Agosto.
-Nunca olvidemos una cosa, dijo Datis, poniéndose de pie.

¡La invasión de Jerjes!
- ¡A sí!, exclamó Historia, y sin darle tiempo a terminar la frase que tenía pensada en presentarla en voz alta, Miltíades siguió diciendo...
Los griegos eran unos incurables, incorregibles y fenomenales mentirosos. Nos hablan de 600.000 persas en la batalla de Maratón con el mismo descaro con que hoy algunos políticos se ufanan de concentraciones masivas de varios cientos de miles de personas en una plaza de 10.000 metros cuadrados. Si dudan de lo que digo, hagan una cosa muy simple: tomen un mapa de Grecia. Fíjense en la superficie de la llanura de Maratón. Si alguien consigue meter a 600.000 guerreros peleando en ese espacio, me como el mapa.
Es cierto que los griegos eran muy distintos de los persas en muchos aspectos. Como que también es cierto que la comparación no favorecería a los griegos en todos los casos. A los persas, por de pronto, les importaba un cuerno llevarle rosas a ninguna deidad. Para ellos, la ciudad perfecta era la ciudad inexpugnable. La pederastia les resultaba abominable. Los persas eran puritanos. Monoteístas. Zaratustra los había educado para eso. Era proverbial su amor y su apego por la verdad. Y, contra todo lo que se diga, también lo fue su caballerosidad.
Cuando una vez, poco antes de la segunda invasión, dos embajadores persas llegaron a Esparta para ofrecerle la posibilidad de una rendición a los lacedemonios, éstos - ni cortos ni perezosos - los tiraron a un pozo. Después, parece ser que, tanto el Ministerio de Relaciones Exteriores espartano como su propia conciencia, no los dejó dormir tranquilos durante un buen tiempo. Pronto se hizo evidente que tamaña violación del Derecho Internacional constituía, por una parte, una barbaridad y, por la otra, un peligroso precedente que podría llegar a ser imitado por los persas con los embajadores espartanos. El hecho es que, en un gesto muy típico, el Estado espartano pidió dos voluntarios para ir a la corte del rey persa Jerjes y para ofrecerse como víctimas expiatorias por el crimen cometido. Algo así como: "Te maté dos embajadores. Aquí te mando dos míos. Los matas y quedamos a mano".
Los dos voluntarios, efectivamente, aparecieron: Espertias y Bulis. Ambos de buena posición y familia, como corresponde a embajadores de categoría, se ofrecieron para ir y morir a fin de lavar el honor espartano. Otra vez, muy típico de Esparta. ¿Por qué no decirlo?: ¡Digno de Esparta!
Los dos voluntarios parten. Pasan por Susa, en dónde Hidarnes, el Comandante persa de la ciudad, trata de sobornarlos con promesas. Los espartanos rechazan la oferta. Vinieron a morir por el Honor de la Patria y no para entretenerse con corruptelas diplomáticas. ¡Digno de Esparta! ¡Sin duda! Los voluntarios dejan Susa y llegan, por fin, ante el Gran Rey. Allí, los adulones de la corte quieren obligarlos a caer de bruces ante Su Majestad como lo requiere el protocolo persa. Los dos espartanos se niegan rotundamente. Voluntarios dispuestos a morir por su Patria no caen de rodillas ante ningún ser humano. Ni aunque se llame Jerjes y sea el rey de todas las Persias habidas y por haber. ¡Bien por los espartanos!. Uno casi puede escuchar el aplauso cerrado de los que quedaron en casa ¡Esos son hombres! Los voluntarios levantan, orgullosos, la cabeza y de pié, plantados como corresponde a dos guerreros espartanos, le informan a ese Rey persa Comosellame que han venido para morir y expiar el crimen cometido con los emisarios.

Jerjes

Y en ese momento sucede lo inexplicable. Jerjes los mira y ordena que se vayan. Se niega a matarlos. Su argumento es tan simple como obvio: los espartanos violaron el Derecho Internacional matando a dos embajadores. Por lo tanto, cometieron un crimen. Ese es su problema. Él, Jerjes, Rey de Persia, no piensa librarlos de su culpa cometiendo exactamente el mismo crimen por segunda vez. Un Rey de Persia no hace justicia cometiendo crímenes. Si los espartanos violaron la ley, pues que carguen con la culpa y asuman la responsabilidad por su bajeza. Además, el Gran Rey no se ensucia las manos matando embajadores. Punto. Retirarse. Siguiente asunto.
- Datis, interrumpio diciendo "sí pero, que paso...

Después de Maratón
Las colonias griegas del Asia Menor siempre habían vivido rodeadas de "bárbaros", término que - dicho sea de paso - los griegos usaron para designar simplemente a todos los extranjeros. No se las habían arreglado mal con ninguno de ellos. Se habían llevado razonablemente bien con los frigios, los lidios y hasta con los asirios y los babilonios.
Algunas colonias incluso florecieron, sobrepasando bastante a las ciudades de la Madre Patria. Mileto, Pérgamo, Samos o Mitilene fueron centros importantísimos de la Hélade; a veces muy adelantados respecto de Atenas, Tebas, Paros o Esparta. Mientras en Delfos todavía se creía en una Tierra plana, Anaximandro de Mileto y Pitágoras de Samos ya trabajaban con planetas esféricos y órbitas en el espacio. El eclipse del año 585 AC fue prolijamente calculado por Tales. Y Tales también era de Mileto.
Lo que sucedió fue que - allá por el reinado de Ciro - los persas, poco a poco, fueron convirtiéndose en Potencia Mundial. Mientras Atenas trataba de organizar su vida bajo la tiranía de Pisístrato, los persas conquistaron Media, Asiria, Babilonia, Elam, Siria y Lidia. Después, con Cambises, la aplanadora persa se dirigió más hacia el Sur y allanó Palestina hasta llegar a Egipto en dónde el Rey persa tuvo la humorada de hacerse coronar faraón. Alrededor del 550 AC ya todas las ciudades griegas del Asia Menor se encontraban dentro de la esfera de influencia persa. Aun así, no existe absolutamente ningún dato fehaciente que nos permita afirmar que el "imperialismo" persa hubiese sido excepcionalmente duro o intolerable. Comparada con la de las anteriores potencias, la hegemonía persa hasta puede considerarse razonablemente benigna.
Pero, como ya lo dijimos, los griegos no entendieron nunca a los persas. Dicho sea de paso, tampoco los persas entendieron jamás a los griegos. La enemistad creció. Las colonias jónicas se rebelaron. Darío intervino y aniquiló la rebelión. Las ciudades jónicas fueron abandonadas a su suerte por la Madre Patria continental. Solamente unos veinte barcos atenienses molestaron un poco a la flota persa. El resto de Grecia se hizo la distraída y miró para el otro lado mientras los persas iban liquidando una ciudad jónica tras otra.
Cuando, en el verano del 490 AC, la flota persa se hizo a la mar para ajustar cuentas con los demás griegos, el pánico entre las ciudades del continente se hizo bastante difícil de disimular. El miedo les hizo ver los famosos 600.000 persas con sus 600 trirremes allí en dónde solo hubo unas 100 naves y aproximadamente 20.000 hombres.
Datis, el Comandante en Jefe de los persas, no era sanguinario. Pero era efectivo. Delos cayó. Eretria cayó. Atenas pidió socorro. Cleomenes de Esparta prometió ayudar pero necesitaba tiempo para juntar al ejército espartano. Los persas zarparon de Eretria y desembarcaron en Maratón. La cosa se hacía una cuestión de horas. No había tiempo para esperar a los espartanos.
Así lo comprendió también Miltíades y, perdido por perdido, decidió hacer lo único que le quedaba: jugarlo todo a una sola carta. Salió de Atenas con unos 10.000 hombres en total y le hizo frente a Datis en Maratón. Los persas tiraron su famosa nube de flechas pero Miltíades lanzó sus hoplitas a la carrera y todos pasaron por debajo de los proyectiles. El truco resultó. Los atenienses ganaron la batalla y los persas huyeron para volver a sus barcos y partir.
El ejército griego, extenuado, no pudo perseguirlos. Pero un hombre cubrió corriendo los 42 kilómetros que hay entre Maratón y Atenas para llevar la noticia de la victoria a la ciudad. Cuando llegó, dió la buena nueva y cayó muerto, agotado. La Historia ha sido terriblemente injusta con él. Se llamaba Fidípides y hoy ya nadie lo recuerda porque la carrera que le costó la vida, y que aun se corre en todas las Olimpíadas, ha tomado el nombre de "maratón" por el lugar de la batalla.
El ejército ateniense volvió a marchas forzadas a Atenas. Para cuando la Armada persa también arribó al puerto de la ciudad, los militares persas casi no pudieron creer lo que veían sus ojos. Las tropas griegas estaban otra vez allí, dispuestas a hacerles frente. Datis era un hombre práctico. Decidió dejar el ajuste de cuentas para otra oportunidad. Dijo "¡Volveremos!" como Mac Arthur, dio la media vuelta y regresó al Asia Menor.
Exactamente al día siguiente llegaran los espartanos. Justo veinticuatro horas demasiado tarde.
Atenas había producido lo increíble: había vencido sola a los persas.
-Neutral, pidió un descanso, para retirar de la mesita el resto de la merienda, limpiando cuidadosamente , sindejar ninguna huella, . Momento que se aprovechó para descansar, o prepara cada uno algunos de sus argumentos. Podríamos decir que fue un:

Interludio democrático
Durante casi medio año los atenienses vivieron y gozaron la ebriedad de la victoria. El genio, la rapidez y la inventiva atenienses habían superado a la pesada eficiencia de la máquina bélica persa.
-Miltíades, estaba en su salsa. No quería dejar que ningún recuerdo le quedase olvidado en su cabeza y siguió contando la siguiente historia... Como la mayoría de las personas que llegan a esa cumbre, también él se mareó. A principios del 489 AC concibió un plan realmente estúpido. Consistía en lo siguiente: como recompensa por su brillante desempeño en Maratón, la ciudad de Atenas le "prestaría" la flota y el ejército de la ciudad para invadir la isla de Paros, lugar en dónde el buen hombre pensaba construir un imperio privado y dar rienda suelta a su vocación particular que era la de tirano. ¿Locura? Seguramente. Pero no les pareció así a los atenienses que, luego de Maratón, hubieran emprendido cualquier aventura.
La de Miltíades se puso en marcha pero Paros cometió la imperdonable desfachatez de no rendirse. Más aún: combatió. Peor todavía: ¡ganó la batalla! Miltíades, gravemente herido, apenas si pudo volver a Atenas. ¡Inconcebible! ¡El vencedor de los persas derrotado por los habitantes de una isla de mala muerte! ¿Quién lo hubiera creído? El Pueblo de Atenas se reunió en las calles comentando los hechos. El Pueblo de Atenas se puso a discutir. El Pueblo de Atenas se puso furioso y la cosa terminó como siempre terminan estas cosas: la multitud pidió la cabeza del derrotado.
El Arconte de Atenas por esa época era Arístides. En los libros de Historia figura como Arístides "El Justo", aunque la traducción correcta del apodo sería, probablemente, "El Intachable", "El Impoluto"; quizás hasta "El Perfecto". Proveniente de una familia de rancio abolengo, había sido no solamente el primer estratega de Maratón sino, incluso, amigo íntimo de Miltíades. También supo ser íntimo amigo de Temístocles, su rival político más importante. Pero dejemos eso para más adelante.
Concretamente, Arístides no se había opuesto demasiado a la aventura de su amigo Miltíades. Por más intachable que fuese - y realmente era intachable, de eso no hay duda - también a él terminó arrastrándolo la ola del exitismo y, en su momento, había votado favorablemente la expedición a Paros. Pero, ahora que Miltíades - herido y derrotado - había vuelto y el Pueblo pedía su cabeza, con Xantipo y su yerno Megacles lanzando grandes peroratas al respecto, ¿qué podía hacer? La ley lo obligaba a iniciar una investigación. Era el Arconte encargado del tema. Lo llamaban "El Justo". No había escapatoria. Tuvo que dar luz verde para que se hiciera la investigación.
Con ello, automáticamente, el caso se le escapó de las manos. Arístides era sólo un Arconte. En la Atenas de esa época el juez era la masa. Y la masa estaba furiosa. Por de pronto metió a Miltíades en la cárcel, aún a pesar de sus heridas. Al final, no lo condenó a muerte pero lo sentenció a pagar una suma sideral en concepto de indemnizaciones. Hoy hablaríamos de unos 50 millones de dólares - por supuesto que sólo aproximadamente.
Pero la masa ateniense no llegó a cobrar esa suma. Miltíades, el glorioso héroe de Maratón, murió en la cárcel del pueblo a causa de sus heridas.
Con todo, el mundo no se detuvo. El espectáculo tenía que seguir. Otra isla, la de Egina, comenzó a preocupar seriamente a los atenienses. La gente de Egina proporcionaba los mejores marineros de toda Grecia. Pero, por un lado, los de Egina eran un poquitín piratas y, por el otro, eran aliados de los espartanos. Atenas envió sus barcos contra Egina. ¡Y fue otro fracaso, igual al de Paros! Nuevamente los gloriosos vencedores de los persas resultaron apaleados por los habitantes de una isla de mala muerte. ¡Era como para no creerlo! Después de Maratón: ¡Paros! Después de Paros: ¡Egina! , algo forzosamente tenía que estar muy podrido en el Estado de Atenas.
De hecho, lo estaba.
"Había un buen montón de cosas podridas en Atenas", dijo Neutral.
Por de pronto, había una institución llamada "ostracismo". Instaurada probablemente por Clístenes, el ostracismo era una fiesta popular. Todos los años se sometía al plenario de la Asamblea la pregunta de si el querido y estimado pueblo deseaba celebrar un ostracismo. ¡Por supuesto que casi siempre quería! ¡Es tan fascinante ejercer el Poder! Aunque más no sea una vez al año, ¡es tan lindo jugar a Dios y decidir el destino de los hombres más ilustres!
Porque precisamente de eso se trataba con lo del ostracismo: de decidir el destino de una figura destacada.
Si la mayoría se decidía por la celebración de la fiesta, se repartían entre los asambleístas unos fragmentos de arcilla parecidos a ostras. Cada uno debía luego grabar en su fragmento el nombre del ciudadano que consideraba peligroso para la democrática evolución del Estado. Si un mínimo de 6000 "ostras" presentaba el nombre de una persona, el individuo en cuestión era desterrado por 10 años. Nada dramático ni deshonroso. No perdía ni sus derechos ni sus bienes. Simplemente debía irse al demonio por la pequeñez de toda una década y después, si le quedaban ganas, podía volver y nadie le iba a negar el saludo. También podían llamarlo y hacerlo volver antes. Eso, en caso de necesitarlo desesperadamente, claro.
En realidad, lo que estaba sucediendo en Atenas era nada menos que una feroz pugna entre criterios políticos contrapuestos. La masa se sentía contenta y feliz luego de las glorias de Maratón. Se organizaban expediciones idiotas que terminaban en desastres. Se metía en prisión a los culpables. Se votaba el ostracismo de los notables. Se discutía, se hablaba, se disputaba, se gritaba, se oraba, se amaba, se comía y se dormía. ¿Los persas? A los persas se les había dado la gran paliza en Maratón. ¡Y conste que sin la ayuda de los espartanos! ¿A quién le importaban los persas?
A nadie excepto a Arístides y a su íntimo amigo Temístocles. Los hombres con más de dos dedos de frente - que no parecen haber sido más en Atenas que en cualquier otra parte - sabían positivamente que los persas volverían. Maratón había sido un golpe de suerte y de audacia. Ese demonio de Miltíades había hecho pasar a los hoplitas por debajo de la nube de flechas y había conseguido sorprender a Datis. Esas son triquiñuelas brillantes, extraordinarias, todo lo que se quiera; pero que se pueden usar una sola vez. A la próxima oportunidad, los arqueros persas, o tirarían antes, o tirarían más bajo. Y, en ese caso: ¡adiós victoria! Los persas volverían. La masa no entendía nada de eso. No quería entenderlo ni le importaba demasiado. Al fin y al cabo, ¿cuándo vendrían? ¿Dentro de un año? ¿Dentro de dos? ¿Tres? ¿Cinco?
- Volvieron, a sentarse esta vez junto a la ventana que daba al jardín y prosiguieron su exposición, pero esta vez Historia con vos más pausada y fijando la mirada sobre Miltíades dijo: Volvieron en el 480 AC; diez años después de Maratón.
Arístides y Temístocles supieron todo el tiempo que sucedería. Pero se enfrentaron con dos problemas. En primer lugar, ¿cómo explicarle a la masa que había que hacer diez años de sacrificios y prepararse para un acontecimiento políticamente inevitable pero que, con todo, podía llegar a no materializarse? Y, en segundo lugar, ¿cómo prepararse para el futuro: montando un ejército o una poderosa flota?.
"El primer problema no fue resuelto en realidad", exclamó Historia, que sin dejar que ninguno tomase la iniciativa, siguió diciendo.
A ningún pueblo se le puede explicar un plan contingente a diez años. La masa vive en el hoy pensando, quizás, en el mañana. Lo que está más allá de pasado mañana es algo que ya veremos. En esto, los estadistas de Atenas recurrieron al método que inevitablemente han tenido que usar todos los políticos, antes y después de Maquiavelo: sencillamente engañaron a la masa y, con una serie de medidas y de discursos bien ubicados, la llevaron de las narices hacia el cumplimiento del objetivo necesario.
Había, pues, que prepararse. La gran cuestión era cómo. Ejército o Armada, that is the question. La solución salomónica de montar ambas cosas al mismo tiempo resultaba económica y políticamente imposible. Arístides dijo "¡Ejército!" Temístocles dijo: "¡Armada!" Al día siguiente se formaron dos partidos políticos contrapuestos. Veinticuatro horas más tarde, los dos amigos estaban tan peleados como sólo pueden estarlo dos amigos que militan en partidos opuestos.
La masa ateniense aullaba de alegría. Hubo peleas, discursos, polémicas y clamores a granel. El piso de la ciudad quedó sembrado de fragmentos de arcilla. En el 487, el Arconte Hiparco fue mandado al ostracismo. En el 486 le tocó a Megacles. Dos años más tarde, en el 484, lo mandaron de paseo por diez años a su suegro Xantipo, el mismo que había encabezado el griterío contra Miltíades. asaron otra vez dos años. En el 482, como siempre, a la Asamblea se le pregunta si desea celebrar un ostracismo. ¡Por supuesto que sí!
Se reparten los fragmentos de arcilla
Arístides escribiendo su propio nombre(Grabado de J.Ryder según undibujo de S.Shelley - 1788)
Arístides está en el Ágora, en medio de la multitud. De pronto, el sujeto parado a su lado - un analfabeto total - le alcanza su "ostra" y le pide que escriba en ella el nombre de... ¡Arístides!
- ¿Conoces a Arístides? - le pregunta el ex-Arconte al ignorante.
- No. - es la respuesta un tanto sorprendente pero obvia, dadas las circunstancias.
- ¿Te ha hecho algún daño? - pregunta nuevamente Arístides.
- No - confiesa el otro con ingenuidad bovina y agrega: - Pero estoy harto de escuchar por ahí que lo llamen "El Justo", "El Perfecto".
Sí. Eso era. Ya en aquella época la masa no perdonaba ningún atentado a la mediocridad. Cualquiera que levantara la cabeza por sobre el nivel de la mediocridad masiva ya entonces corría el riesgo de perderla. O, por lo menos, se arriesgaba a recibir una bofetada.
Arístides no perdió la cabeza. Ni se desesperó, ni se la cortaron. El ostracismo aun no era la guillotina de la Revolución Francesa. Pero el Pueblo de Atenas lo abofeteó. Arístides escribió su propio nombre sobre la "ostra" del analfabeto y, no lo sé, pero supongo que habrá ido a su casa, asqueado, a hacer sus valijas sin esperar el recuento de los votos del Pueblo soberano.
Los votos cayeron en su contra. Los analfabetos lo mandaron al ostracismo.
Se fue a Egina. Quizás porque desde sus playas todavía puede verse la Acrópolis contrastando contra el cielo azul de Grecia.

Los dueños del dinero, Como siempre
La discusión amainó. Sería una Armada y el ejército quedaría en un segundo plano.
Algunos insisten en hablar del "partido aristocrático" de Arístides y del "partido democrático" de Temístocles. Considerando que el primero perdió la controversia, el criterio no es sino un transparente recurso para tratar de prestigiar a la democracia. Porque, en realidad, no hubo nada de eso. Tanto Arístides como Temístocles eran nobles y cultos. A los efectos sociales, ambos eran netamente aristócratas.
La discusión de "Ejército versus Armada", sin embargo, tenía sus grandes implicancias sociales y políticas. Un ejército habría fortalecido la posición política de la nobleza terrateniente. Una Armada, en cambio, solidificaría la posición de los acaudalados comerciantes del Pireo. La discusión, como se ve, no fue entre aristócratas y demócratas. Si hemos de catalogarla de algún modo, deberíamos decir que fue entre terratenientes y plutócratas. Y la ganaron los plutócratas.
Indiscutible, en todo caso, es que ya resultaba más que urgente adoptar medidas definitivas. Era el 481 AC. Habían pasado nueve años de discusiones políticas, idas, venidas, ostracismos y diatribas. Resultado: Atenas no tenía ni ejército ni flota. La democracia ateniense se había pasado nueve años discutiendo. Mientras tanto, los persas se habían dedicado a consolidar su Imperio.
Al noveno año, sin embargo, las noticias provenientes de Persia eran como para poner nervioso al más pintado. Persia era eficiente. Podía darse el lujo de la eficiencia ya que no se había dado el de la democracia. Los espías y los embajadores griegos informaban de 100.000 hombres bajo armas; de 700 barcos de guerra; de un "Camino Real" de 2.000 Kilómetros, prolija y eficientemente sembrado de 111 postas. El ejército persa había recibido órdenes de movilizar y de estar dispuesto para otoño del 481. Debía cruzar el Bósforo sobre un puente hecho con barcos y luego marchar en dirección Sur, acompañado por la flota que navegaría a lo largo de la costa. Definitivamente, Jerjes no se andaba con pequeñeces. Esta vez, la cosa iba en serio.
Temístocles se lanzó a una carrera armamentista. Si había una cosa que no se podía perder, esa cosa era tiempo. Ordenó la ampliación y fortificación del Pireo. Tomó la decisión de construir 200 barcos. Invirtió en la empresa hasta el último centavo disponible en las arcas del Estado. Presionó a los comerciantes y a los hombres de negocios para que cada uno de ellos armase un barco de su propio bolsillo. Asumió todos los riesgos políticos que la operación implicaba.
Por ejemplo, la masa de obreros empleada en los astilleros, ni era de Atenas, ni tenia derechos ciudadanos. La gente había sido traída del interior de Grecia y, para colmo, nadie había venido solo sino con toda su familia. Atenas se llenó de extranjeros, de los cuales uno trabajaba y el resto eran tres, cuatro o seis bocas para alimentar. Y, por si fuera poco, a esta gente se la podía hacer trabajar pero - puesto que no eran ciudadanos - no se la podía incorporar a la Marina de Guerra. Ahora, las 200 trirremes proyectadas necesitarían nada menos que la friolera de 30.000 remeros. ¿ De dónde sacarlos?. Temístocles tomó el toro por las astas. Le otorgó la ciudadanía a los obreros - los tetes - en un hermoso y democrático gesto que levantó un huracán de aplausos en las masas proletarias.
Al día siguiente, decenas de miles de tetes - de los cientos de miles que había - fueron reclutados en masa y quedaron bajo bandera como conscriptos por la Armada. Ahora que eran ciudadanos libres se los podía obligar a cumplir órdenes. Ni Maquiavelo lo hubiera organizado mejor. El problema militar quedó resuelto. El problema político y social así creado no se resolvió jamás.
A todo esto, Jerjes continuaba desarrollando su plan con la minuciosidad de un Jefe de Estado Mayor descendiente de una familia de relojeros. El plan persa no sólo preveía una ofensiva militar. Incluía también una campaña de acción psicológica y una ofensiva diplomática. Los persas eran eficientes, ya lo dijimos.
Por toda Grecia aparecieron de repente emisarios y embajadores con la misión de convencer a las ciudades griegas de la conveniencia de rendirse. Esta ofensiva diplomática - que ni siquiera fue demasiado hábil si vamos al caso porque en esta materia los persas procedieron aproximadamente con el tacto del proverbial elefante en el bazar de porcelanas - resultó más bien triste para los griegos: Tesalia, Epiro, Etolia, Fitiotis, Locris, Eubea del Norte, Tebas, las Cícladas orientales, Aquea y Argos se sometieron al Rey persa. Focea, Eubea del Sur, Tespia, Platea, Atenas, las Cícladas occidentales, Megara, Egina, Argólida y Elis rechazaron la oferta.
Esparta tiró los emisarios a un pozo. Media Grecia se había entregado sin combatir.
Incluso los que se negaron a someterse anduvieron de largos cabildeos. El Servicio Secreto persa había intoxicado a la Inteligencia griega y los estrategas manejaban cifras aterradoras. Los agentes griegos informaban ya de 1.207 barcos de guerra y 3.000 naves de transporte; de 80.000 jinetes persas, 1.700.000 infantes regulares a los que aun había que agregar las tropas de los pueblos aliados y una infinidad de carros de combate. Se hablaba de 2. 317.000 hombres en total por tierra y por mar. A esto, todavía había que sumar el enorme convoy de Intendencia, con sus cocineros, sus eunucos, sus prostitutas y sus esclavos. La CIA griega terminó trabajando sobre una hipótesis de 5.000.000 de enemigos en marcha.
¿Les parece ridículo? Es posible que lo sea. Contestó Neutral, y siguió...la historia universal contemporánea incluida, está plagada de este tipo de cifras. Un poco de miedo, un poco de intereses creados, un poco de acción psicológica, un poco de propaganda, y las cifras crecen, engordan, se multiplican, crían ceros y se hinchan que es un contento. ¿Les interesaría saber cuántos persas movilizó realmente Jerjes?. Las estimaciones de los especialistas varían pero, en todo caso, fueron no más de 175.000 guerreros y 1.200 barcos en total. Aun así, una maquinaria de guerra enorme para la época. Esparta mandó solamente 300 hoplitas con Leónidas y, en Platea, las fuerzas conjuntas griegas no pasaron de los 30.000 hombres. Casi seis veces menos.
No es de extrañar que aquellos Estados griegos que rechazaron la oferta persa estuviesen sumamente preocupados. Los Generales fruncían el ceño; los Almirantes se rascaban la barbilla; los estrategas trabajaban horas extras analizando alternativas.
Temístocles no debe haber dormido mucho en esos días.

Consultar a los dioses
Las ruinas de Delfos


Grecia tenía la fortuna de no depender de los caprichos de una revelación divina esporádica y casual. Tenía su propia línea de comunicación con el Olimpo. Delfos, el Vaticano de la Hélade, tenía un aparato que comunicaba directamente con los Dioses: la célebre Pitonisa de Delfos.
Por cierto que, en cierta medida, estas comunicaciones no eran tan fáciles de establecer. Al fin y al cabo, se trataba de una comunicación de muy larga distancia en el año 481 antes de nuestra Era. Por de pronto, el delicado aparato se hallaba custodiado por expertos sacerdotes. Además y obviamente, no cualquier infeliz mortal podía ir y molestar a la Pitonisa con preguntas imbéciles. Por otra parte, la comunicación no era del todo clara de modo que, aún cuando el infeliz mortal se hubiera puesto directamente al habla, lo más probable es que no hubiera entendido absolutamente nada. No; decididamente el sistema no funcionaba persona-a-persona.
Era un poco más complicado. El infeliz mortal venía con su pregunta (adecuada ofrenda mediante) al sacerdote. El sacerdote (tasaba la ofrenda y) transmitía la pregunta a la Pitonisa. La Pitonisa se ponía en trance y establecía la comunicación. El sacerdote escuchaba atento, descifraba el mensaje entre los crujidos, los silbidos y los chillidos de la línea, tomaba nota y después pasaba todo el telegrama en limpio.
Es decir: en todo lo limpio que podía. Porque, aun así, las palabras emitidas por la Pitonisa no siempre tenían mucho sentido. A todo esto, el infeliz mortal esperaba pacientemente el texto definitivo como corresponde a todo creyente bien educado. Salía, pues, el sacerdote y se lo entregaba, con lo cual nuestro atribulado consultante podía regresar a su casa a tratar de entender el galimatías.
Discúlpenme si acabo de pecar de irrespetuoso pero no puedo remediarlo. Consultar a Dios sobre nuestro destino personal; pedirle un favor para satisfacer nuestras pequeñas y grandes mezquindades humanas siempre me ha parecido un sacrilegio. No es que me parezca inútil. De última, Dios puede contestar o darnos una mano si se le da la gana. Pero pedírselo así, explícita y descaradamente, es algo que siempre he considerado como una falta de respeto. Sobre todo, si no se tiene el coraje de hacerlo en persona y se terminan usando intermediarios.
Frente a la amenaza persa, los intermediarios de Delfos no se hacían muchas ilusiones. Los Vaticanos de todos los tiempos han tenido siempre los mejores Servicios de Informaciones del mundo. En Delfos no se trabajaba con la hipótesis absurda de los 5.000.000 de persas, por supuesto. Pero 175.000 zoroastristas puritanos y monoteístas eran harto suficientes como para infundir un saludable respeto al más aplomado sacerdote de Apolo.
Además, en materia religiosa, los persas eran bastante tolerantes. Tenían, es cierto, su concepto bien definido de Dios; su visión muy particular de la eterna lucha entre las fuerzas del Bien y del Mal, su código de honor y sus ritos rigurosos. Pero no se metían mayormente con los dioses de los pueblos sojuzgados. Por las dudas. Y lo más interesante era que tampoco se metían mucho con los sacerdotes de esos dioses. Por cálculo político.
De modo que, en Delfos, había fundadas esperanzas de capear el temporal de la invasión persa, aún a través de una rendición. Los primeros telegramas de Zeus, recibidos por la Pitonisa, apuntaban bastante claramente en esta dirección. Podían interpretarse como un llamamiento a la neutralidad y, con un poco de perspicacia, hasta podía percibirse cierto tufillo filopérsico entre líneas. A medida en que el Batallón de Inteligencia de Delfos fue procesando su información, los telegramas de Zeus se fueron haciendo cada vez más sombríos. De pronto, un día, Atenas recibió el siguiente mensaje:
"¡Oh desdichados! ¡Huid hasta el fin del mundo!
¡El rápido Ares lo derribará todo!". interrumpió Miltíades, de forma crítica y con voz infantil.
Temístocles no sufrió un infarto por pura casualidad.
Considerando la gramática habitual de Delfos, eso se llamaba hablar claro. El clero daba por perdida la batalla.
El revuelo que se produjo fue fenomenal. Para empezar, los creyentes atenienses hicieron lo que hacen todos los creyentes cuando su Iglesia dispone algo que no les gusta: no estuvieron de acuerdo con el mensaje. Exigieron un segundo oráculo.
Mientras tanto, no nos consta (nunca quedan documentos de estas cosas) pero, seguramente, el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de Atenas inició febriles tratativas con el Nuncio Apostólico de Delfos. La situación era grave, de acuerdo, pero todavía quedaban alternativas. Esparta haría lo suyo por tierra. Por mar se tenía a la flota ateniense creciendo a toda la velocidad que se podía exprimir de los flamantes ciudadanos. Además, Delfos ya había hecho lo humanamente posible... Ningún rey persa podría argumentar que el clero había azuzado a la guerra. Nadie podía decir que no había sido adecuadamente neutral.. ¿Qué podía Apolo perder?. Todo lo que en Atenas se necesitaba era un oráculo un poco menos... ¿cómo ponerlo?... ¿digamos: menos derrotista?
Que fuese ambiguo no importaría tanto. De última, los telegramas de Zeus nunca se habían destacado por ser unívocos. Todo lo que Temístocles pedía era algo que no alarmase al Pentágono persa pero que, al mismo tiempo, pudiese interpretarse en Atenas como un guiño entre conspiradores que están de acuerdo en engañar a un tercero.
El "brain trust" de Delfos se reunió y, ante la segunda requisitoria, produjo una insuperable obra maestra de ambigüedad jesuítica. Fue un oráculo de esos que lo decía todo sin decir nada; que prometía cualquier cosa sin comprometerse en absoluto; que afirmaba lo que negaba y que negaba lo que se suponía que podía haber afirmado; que era lo suficientemente claro como para ser legible y lo suficientemente incoherente como para ser incomprensible; que se prestaba a, por lo menos, tantas interpretaciones como palabras había en el texto pero que, buscando los sinónimos adecuados, podía tener versiones interpretativas en cantidad exponencial. En suma, una verdadera obra de arte.
Una parte del oráculo rezaba:
"¡Oh divina Salamina! Perderás o llevarás a la desdicha a los hijos de las mujeres."
De esta parte se agarró Temístocles como de un clavo ardiendo. Lo de "perderás" y "desdicha" parecía hablar de derrota, de acuerdo. Pero Zeus decía allí "divina" Salamina y eso significaba que nadie había perdido el favor del Olimpo. De haberlo hecho, el mensaje habría tenido que decir "miserable" Salamina, ¿no es cierto?. Además, decía allí: "los hijos de las mujeres". Pero ¡no decía de qué mujeres!. La desgracia, la pérdida y la desdicha podía muy bien ser para las mujeres persas. ¿O acaso los persas no eran hijos de mujeres? Por otra parte, los hijos de las mujeres de Salamina no podían ni perderse ni desdicharse si Salamina era "divina". Si hubiese sido "miserable", o simplemente "Salamina", vaya y pase. Pero, siendo "divina", ¡jamás! ¡Nunca! ¡Zeus no permitiría que los divinos hijos de las divinas mujeres de la divina Salamina se volviesen desdichados o se perdiesen! ¿No era eso evidente de toda evidencia?.
Por aquella época, Temístocles tenía alrededor de unos 46 años. Resulta increíble las cosas que un político tiene que inventar a esa edad cuando, en una democracia, hay que obligar a los respetables ciudadanos a cumplir con el elemental deber de defender a la Patria.
Con todo, Temístocles debe haber sido un orador con gran poder de persuasión porque, créanlo ustedes o no, su argumento de la "divina" Salamina prendió. Puede parecer fantástico, pero los atenienses se lo creyeron. La masa lo aceptó porque ¿a quién no le gustaría ser "divino"? Y los entendidos le dieron su apoyo porque, divina o miserable, la palabreja "Salamina" era la clave del mensaje. La clave secreta. El guiño entre conspiradores.
No me digan que no se les ocurrió ya. ¿No lo descubrieron? ¿No recuerdan la historia del colegio secundario? ¡Hagan un poco de memoria! Es bastante obvio, dentro de todo. ¿De dónde sacó Delfos lo de Salamina en absoluto? Nosotros sabemos que en Salamina se libró la batalla final y decisiva contra los persas, pero estamos a más de 2.400 años después de los hechos. Cuando la pitonisa dio su célebre oráculo, Delfos estaba a casi un año antes de esa batalla.
El plan de Temístocles, efectivamente, consistía en destruir la flota persa en Salamina. Pero la "Operación Salamina" forzosamente tuvo que haber sido uno de los secretos militares más celosamente guardados de todos los tiempos. Y, así y todo, en Delfos, la expresión "divina Salamina" fue elegante, pulcra y cuidadosamente plantada en el texto del oráculo. Es innegable: los Vaticanos de todas las épocas siempre han tenido los mejores Servicios de Informaciones del mundo.
Pero lo más brillante de la diplomacia de Delfos fue algo que, seguramente, no se le escapó al mismo Temístocles, ni tampoco a su Estado Mayor. Si los griegos hubiesen perdido la guerra, la diplomacia de Delfos hubiera podido esgrimir tranquilamente ante Jerjes el argumento de que el clero había prestado un inapreciable servicio a la Gran Persia puesto que ¿no había sido acaso Delfos la primera en revelar (dentro de lo humanamente posible, claro) el lugar exacto en el cual los atenienses pensaban librar la batalla decisiva?
¿Brillante? No. Es más que eso. ¡Es hermoso! ¡Es griego! Sólo un Consejo de Sacerdotes de Apolo podía producir un oráculo que fuese un valioso servicio al Estado y, simultáneamente, un acto de la más acabada traición a la Patria.
Temístocles se lanzó a terminar su Armada a ritmo febril. Ya no había forma de detenerse. Cuando viniesen los persas hallarían a - media - Grecia dispuesta a combatir.
Los persas no faltaron a la cita.
- Con sequedad y firmeza Historia marcó un frase, atribuida al maestro Heráclito.

La guerra es el padre de todas las cosas
A fines de Mayo del 480 AC Jerjes ordenó poner en marcha a la aplanadora persa. En Julio estaba en Tesalia. Eficiencia persa. La aplanadora avanzó hacia el Sur - hacia Atenas - mientras la flota la acompañaba siguiendo la costa. Sincronización persa. De pronto, estalló una feroz tormenta que hundió a 400 barcos de la flota de Jerjes. Suerte griega.
Y ahora, les pediría que, por favor, tomen un mapa de Grecia. Me temo que no puedo contar lo que sigue sin la ayuda de un mapa. Por si no tienen uno pasablemente práctico a mano, incluyo aquí un pequeño esquema que, espero, podrá servir.
Después de la tormenta, la flota de Jerjes siguió navegando. De pronto, al llegar a Artemisión, se topó con la Armada griega. Al verla, los persas desconfiaron. ¿Sólo 270 barcos? No podía ser. Tenía que haber alguna trampa. En alguna parte tenían que estar las demás naves helenas. Era una trampa, sin duda. ¿Acaso el Servicio Secreto no había estado constantemente diciendo algo acerca de una trampa de Temístocles?
La verdad es que no había ninguna trampa y, en cuanto a Temístocles, el pobre hombre debía estar de un humor de los mil demonios. Por esas cosas que tienen las alianzas político-militares, se había decidido que el comandante de la flota sería el espartano Euribíades. Temístocles sólo había llegado a ser el primer estratega.
La idea de Euribíades era simple: había que parar a los persas y derrotarlos. Para eso había dos lugares óptimos: 1)- Artemisión, que es la entrada al canal que separa la isla de Eubea del continente y 2)- Las Termópilas, que es un sitio de la ruta por tierra hacia Atenas en dónde las montañas se acercan tanto al mar que apenas si queda un estrecho desfiladero muy fácil de cerrar.
Por lo tanto, plan de batalla, según Euribíades: · Cerrar las Termópilas y frenar al ejército persa por tierra.· Destruir la armada persa en Artemisión. · Llevar las fuerzas liberadas luego de la batalla naval de Artemisión hasta las Termópilas y tomar al ejército persa entre dos fuegos. Así de fácil.
Así de imposible. El buen Euribíades era un gran soldado, de un coraje a toda prueba. Pero era espartano y sabía tanto de batallas navales y de barcos como sólo puede saber un eximio General de infantería. Temístocles debe haberse agarrado la cabeza con ambas manos. Pretender el cierre de Artemisión con 270 barcos - frente a 800 del enemigo - es algo así como tratar de cubrir el arco dejando solo al arquero frente al avance masivo de los diez jugadores del equipo contrario.
De hecho, cuando apareció la Armada persa, hasta Euribíades tuvo que darse cuenta de que no podía ni soñar con ganar una batalla naval en Artemisión. Los barcos griegos tuvieron que limitarse a navegar de un lado para el otro en el estrecho, haciendo fintas pero sin presentar batalla.
-La situación se puso tensa. Alguno de los contertulios, hacía gestos o muecas a modo de inconformidad con lo dicho, y con interrucciones se siguió contando que...
El ejército griego ya estaba apostado en las Termópilas. Si se abandonaba Artemisión, la flota enemiga podía meterse en el canal y tomar a las Termópilas por el flanco. Si no se abandonaba Artemisión, el ejército persa quedaba libre para atacar a las Termópilas y - en caso de abrirse paso - terminaría colocándose a las espaldas de la flota griega.

Barco de la época

Por suerte para los griegos, la situación también resultaba endiabladamente compleja desde la óptica persa. Mientras la Armada persa observaba con desconfianza los ridículos 270 barcos de Termístocles, el ejército persa, en su avance hacia el Sur, se topó con las vallas que cerraban el paso de las Termópilas. La aplanadora de 175.000 hombres se detuvo. Jerjes analizó la situación y se rascó la barbilla. ¿Cuántos hombres podía haber detrás de esas vallas? El lugar estaba lleno de bosques y podría haberse escondido en ellos, tranquilamente, a todo un ejército. ¿Dónde estará el resto de la flota griega? ¿Qué puedo hacer? Si fuerzo el paso por Artemisión, y es una trampa, pierdo mi flota. Si ataco las Termópilas, y en ese lugar los griegos tienen 30.000 hombres, pierdo el ejército.
Durante días enteros las dos fuerzas estuvieron allí, frente a frente, midiéndose, observándose y estudiando el tablero de ajedrez. Euribíades rompiéndose la cabeza buscando una forma de batir a los persas en Artemisión. Temístocles sudando sangre y rezando a todos los dioses para que las Termópilas resistiesen. Jerjes mandando espías para todos lados tratando de enterarse del plan griego. Pasaron cuatro días.
Por fin, Jerjes se cansó y decidió tomar la iniciativa. Ordenó a parte de su flota rodear la isla de Eubea, entrar al canal por el Sur y atacar a la Armada griega por la retaguardia. Simultáneamente, dispuso que la aplanadora forzase el paso por las Termópilas al precio que fuese. Los persas se pusieron en marcha.
-Nuestros amigos, se fueron despidiendo y se quedaron solas las dos amigas, Histori y Neutral, y entre una ligera sonrisa pícara la dueña de la casa, casi en susurro dijo. "cada vez aguanto menos a Miltíades"
- ¿Decías?, dijo Historia.
- " No nada", contestó Neutral.

No hay comentarios: